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26 junio, 2023

Búcaros.

Presente en muchos hogares sevillanos cuando arrancaban las "calores", su misión era mantener fresco el líquido elemento, a la par que constituir uno de los objetos más entrañables y fascinantes del menaje doméstico, dio nombre a un tren, a algún que otro bar, a un festival flamenco en La Rinconada, a una peña hípica hispalense e incluso está presente hasta en unas famosas sevillanas rocieras; en esta ocasión, en Hispalensia, hablamos de búcaros o botijos; pero como siempre, vayamos por partes. 

¿Quién no ha bebido, casi saboreado, el agua fresca que brota del búcaro? Calmar la sed ha sido siempre una necesidad vital y fisiológica para el ser humano, y el agua un elemento fundamental, casi único, para aliviarla. Desde tiempos prehistóricos, la humanidad ha utilizado la arcilla, roca sedimentaria con propiedades plásticas que al ser humedecida puede ser modelada fácilmente y que junto con la aparición del horno de cocción permitió que se fabricasen  todo tipo de útiles destinados a contener líquidos, como vasijas, tinajas, ollas, orzas, cántaros y demás, sin olvidar otros usos para la arcilla, como soporte para la escritura o como elemento constructivo con el adobe, el tapial o el mismo ladrillo de barro, tan utilizado en nuestras latitudes. 

"Askos" o botijo griego. Siglo IV a. C.

 Sobre el término "búcaro" y su origen hay cierta discusión, ya que algunos autores estiman que procede del latín "butticula" (diminutivo de "tonel") y otro aluden a otra palabra mozárabe en alusión a lo que sería un tipo de tierra arcillosa procedente, al parecer, de determinadas zonas de Portugal y que fue utilizada para la realizar cacharros de barro de cierta calidad. En algunas zonas se emplea el término "botijo" y en 1612 Sebastián de Covarrubias definía en su afamado diccionario que "botija" era un "vaso de tierra ventrudo con la boca y el cuello angosto. Los niños cuando están para llorar hinchan los carrillos y esto se le llama embotijarse"; finalmente, la palabra terminó quedando fijada para definir a un cántaro de barro con asa en su zona superior y con un pitorro y una boca para facilitar la salida y entrada de líquido, convirtiéndose en un utensilio más de las casas y el campo durante los veranos, para conservar fresca el agua. Otras palabras para describir nuestro entrañable y popular búcaro: pipo, pipote, cachucho, piporro, ñañe o pichilín.

El primer búcaro del que se tienen noticias en España fue hallado en una necrópolis perteneciente a la denominada cultura argárica (surgida en Andalucía Oriental y el Levante entre el 2200 y el 1500 antes de Cristo); dicha necrópolis se halla en la localidad murciana de Beniaján, en ella se encontró una pieza muy interesante de once centímetros de largo y que sólo presenta un orificio o boca y el asa colocada en la parte superior. 

Búcaro, ya desaparecido, en el Convento de las Hermanas de la Cruz.

¿Qué tiene de especial el eficiente y ecológico búcaro de barro? Si nos atenemos a principios científicos, el agua almacenada en él se filtra por los poros de la arcilla y al entrar en contacto con el ambiente seco exterior se evapora, produciéndose un enfriamiento del agua que se conserva en el interior. Debido a esa evaporación siempre se les coloca un plato o recipiente en la zona inferior. Aparte de esta función refrescante de los búcaros, es sabido también que había gente que se los comía. Sí, literalmente, se los comía. ¿Por qué? 

Durante los siglos XVI y XVII fue frecuente la "bucarofagia" entre las damas de la alta sociedad española, que buscaban con la ingesta de la arcilla o terra sigillata el provocarse una anemia o clorosis, o lo que es lo mismo, una bajada de glóbulos rojos en la sangre que hiciera palidecer sus mejillas, algo deseado por todas en unos tiempo en los que estar bronceado era cosa de labriegos; aparte, la creencia popular afirmaba que comer este tipo de elementos servía como anticonceptivo e incluso generaba alucinaciones o visiones extraordinarias, lo que trajo de cabeza a no pocos confesores de damas sevillanas, que veían como no pocas de estas mujeres imitaban a las de la corte y manifestaban experimentar visiones relacionadas con la divinidad. Ante esta "adicción" llamada "vicio del barro", los sacerdotes ordenaban como penitencia a las damas abandonar el uso de tales barros, recomendando beber la llamada "agua de acero" para paliar sus síntomas, agua que no era otra cosa que la resultante de sumergir en ella un hierro candente.

Alonso Sánchez Coello. La Duquesa de Béjar. Sobre 1585.

 Francisco de Quevedo, en su obra el Parnaso Español (1648) dedica unos versos a una dama, A "Amarili, que tenía unos pedazos de búcaro en la boca y estaba  muy al cabo de comérselos": 

Amarili, en tu boca soberana

su tez el barro de carmín colora;

ya de coral mentido se mejor,

ya aprende de tus labios a ser grana.

Al parecer, los búcaros comestibles más apreciados, que eran modelados con arcilla a la que se añadían sustancias perfumadas como el ámbar gris, procedían bien de Jalisco (México) bien de Estremoz (Portugal) por ser los de textura más fina para masticar, aunque, como afirma el Doctor y Dermatólogo Sierra Valentí también se elaboraban en Salvatierra de los Barros (Badajoz) o Talavera de la Reina. En el cuadro de Las Meninas de Diego Velázquez puede apreciarse como la infanta Margarita Teresa de Austria, en el centro de la composición, recibe de manos de la menina María Agustina Sarmiento un pequeño jarrillo de barro en bandeja de plata, ¿Quizá para comérselo tras beber su contenido?

Todavía en 1843 el viajero francés Théophile Gautier escribía sorprendido en su Viaje por España en relación a los búcaros:

"Se colocan siete u ocho sobre el mármol de los veladores y se les llena de agua, en tanto que, sentado en un sofá, se espera que se produzca su efecto y con ello el placer que recogidamente se saborea. Los búcaros rezuman al cabo de un tiempo, cuando el agua, traspasando la arcilla oscurecida esparce un perfume que se parece al del yeso mojado o al de una cueva húmeda, cerrada desde hace mucho tiempo. La transpiración de los búcaros es tal, que después de una hora se evapora la mitad del agua, quedando la que se conserva en el cacharro tan fría como el hielo, con un sabor desagradable a cisterna. Sin embargo, gusta mucho a los aficionados. Nos satisfechas con beber el agua y aspirar el perfume, muchas personas se llevan a la boca trocitos de búcaro, los convierten en polvo y acaban por tragárselos". 
Joaquín Sorolla: El Botijo. 1904.

Durante los siglos XIX y XX se llamó "Tren Botijo" al ferrocarril que desde Madrid trazaba una ruta que finalizaba en la costa mediterránea, concretamente en Alicante, durante la cual los viajeros llevaban todo tipo de viandas y bebidas, como por ejemplo el agua en búcaros, de ahí el sobrenombre. Hubo otros trenes de este tipo con diferentes rutas y en todos ellos el carácter popular de sus usuarios y las altas temperaturas veraniegas durante los viajes conformaron un modo muy concreto de recorrer la geografía española sobre dos raíles. En 1902 los autores teatrales del momento, los hermanos Álvarez Quintero, estrenaron una pequeña obrita con música de Ruperto Chapí que se tituló "Abanicos y panderetas o ¡A Sevilla en El Botijo", mientras que el sevillano diario El Liberal del 10 de abril de 1910 publicaba un suelto que podría ser un lejanísimo antecedente del actual AVE Madrid-Sevilla: 

LLEGADA DEL "BOTIJO"

A las once y media de la mañana llegó a la estación de la plaza de Armas el tren botijo de Feria. En este tren venían unos quinientos pasajeros, de segunda y tercera clase. Hablamos con algunos de ellos y nos manifestaron que el viaje lo habían efectuado sin incidente alguno, reinando durante todo el camino entre los viajeros de ambos sexos la mayor alegría. 

Gran parte de aquéllos son aficionados a los toros, que han venido a conocer la ciudad y ver nuestras renombradas corridas. Deseamos que su estancia en Sevilla les sea grata a los simpáticos botijistas madrileños.

Ya en el siglo XX fue muy popular en Sevilla la figura del Botijero, vendedor ambulante ayudado por un borriquillo que vendía todo tipo de objetos de loza, incluyendo los blancos búcaros traídos desde Lebrija o los de cerámica roja, procedentes de La Rambla, en Córdoba. Dentro del ámbito de los tradicionales pregones callejeros voceados por vendedores, el de "¡Botellas y búcaros finos de la Rambla!" ocupaba un lugar destacado.

Botijeros en la Plaza de la Virgen de los Reyes. 1961.

La música popular, como no podía ser menos, ha dedicado al búcaro coplas como la compuesta por Rafael de León en un pasodoble para Estrellita Castro en 1941 o como el grupo Los del Guadalquivir con aquella letra de sevillanas de 1983 cuyo estribillo decía:

"Por eso dame el búcaro, 

que me muero de sed, 

apretújalo, no se vaya a romper".

Incluso hay que mencionar el uso del búcaro como arma de ataque, como sucedió en plena plaza de la Campana en junio de 1933. A eso del mediodía el banderillero Gabriel Vázquez entraba en el Café París en busca del mozo de espadas del diestro Laínez. La crónica periodística lo contaba así: 

"Cruzaron breves palabras y el mozo de estoques se levantó, tratando de agredir a con un búcaro a su contrincante, quien le había dirigido graves insultos. El banderillero lo desafió a la calle; salió el mozo, y en puerta lo agredió con una navaja, causándole dos heridas."

El mozo de espadas, malherido, pero que sobrevivió, vivía en la calle Alcázares, fue atacado al parecer por antiguos resentimientos, ya que el subalterno lo acusaba de haber prescindido de sus servicios en la cuadrilla del matador sin mediar explicación alguna.

Había, y hay, búcaros "de verano" y "de invierno", éstos últimos realizados en cerámica vidriada o esmaltada en los que no se produce el enfriamiento del agua, y por supuesto, tanto unos como otros, "preparados" convenientemente para que no supiesen a barro al estrenarse, dejándolos unos días llenos de agua "ligada" con un poco de anís o aguardiente que dejaba cierto regusto que encantaba a muchos. Por cierto, y ya para terminar, aunque el búcaro parece una especie en vías de extinción en hogares y bares con la presencia de frigoríficos y agua embotellada,  aún sobrevive en algunos lugares que merecería la pena reseñar y también es destacable que ya no resulta fácil encontrar dónde lo vendan, pero esa, esa ya es otra historia.

Búcaro de invierno. Barro vidriado

05 julio, 2021

Fresquita.

La pasada semana, en nuestro post sobre cómo eran los antiguos veranos en nuestra ciudad, aludíamos a la habitual existencia de fuentes de agua y puestos de agua, destinados a solventar en parte el problema de la distribución del líquido elemento entre la población. Como se sabe, la ciudad contaba con los míticos Caños de Carmona, que distribuían el agua entre casas nobiliarias, conventos, Reales Alcázares y demás edificios importantes, destinándose parte de su caudal a toda una serie de fuentes públicas, surtidores que además se alimentaban de diversos manantiales cercanos a la ciudad, como la denominada Fuente del Arzobispo, que brotaba de un venero situado en la actual Carretera de Carmona o la Fuente de la Albarrana, en el Parque de Miraflores, que aprovisionaba al Hospital de la Sangre o de las Cinco Llagas.

Se sabe, por ejemplo que a lo largo de la historia han desaparecido no pocas fuentes públicas, como las situadas en las plazas del Salvador, Santa Marina, Magdalena, Pilatos, Villasís, San Lorenzo o San Román, o bien en calles como Descalzos, Alhóndiga, Lirio o incluso en la misma Casa de la Moneda. Otras, en cambio, sí han sobrevivido llegando hasta nosotros, como las de Mercurio en la Plaza de San Francisco o las de la Plaza de la Encarnación o del barrio de Santa Cruz, por citar algunas. Estos elementos urbanos, de los que apenas quedan unos pocos, eran vitales para los sevillanos que no disponían de agua corriente en sus casas.

Sin embargo, para muchos, era un problema el conseguir agua potable; existía, qué duda cabe, el gran caudal del Guadalquivir, no siempre inodoro, incoloro e insípido, sobre todo para los habitantes ribereños, además de no pocos pozos en muchas casas, palacios y corrales de vecinos, que abastecían a los vecinos, aunque con el peligro de la salubridad de las aguas, muchas veces cercanas a otros pozos, los llamados "pozos negros" adonde se depositaban las lógicamente llamadas "aguas negras", en una época en la que las medidas higiénicas era mínimas o inexistentes.


De este modo, cuando el pintor Diego Velázquez pinta en 1622 su "Aguador de Sevilla", está dando visibilidad a un oficio de lo más habitual en aquella época, el de los llamados Azacanes, vocablo de origen árabe que aludía a aquellos que, surtiéndose de agua potable en fuentes o pozos, la ofrecían a los sedientos viandantes a cambio de unas monedas. En la actual calle Santander, cercana al sector del río, se hallaba el llamado Postigo de los Azacanes (o del Carbón), debido a la presencia, en época medieval de nos pocos aguadores apostados en  este sector próximo, por ejemplo, a las Atarazanas. Como curiosidad, en una relación con la "Tassa general de los precios a que se an de vender las mercaderias en esta Ciudad de Seuilla y su tierra, y de las hechuras, salarios y jornales y demas cosas", publicada en 1627, se establece en 24 maravedís el precio de las llamadas "tazas de aguadores", utilizadas por éstos para dar a beber. 

En el siglo XIX era famoso cierto pozo situado en la Cruz Verde, propiedad de un almacén de alimentación y también el llamado Pozo del Jardinillo en la calle Azofaifo (callejón sin salida en la calle Sierpes, muy cerca del antiguo edificio de Correos) ya que a él acudían numerosos aguadores por mor de la calidad de su agua.

Con el tiempo, algunos aguadores decidieron establecer instalaciones permanentes para sus servicios, quizá algo precarias en principio, con apenas unos tablones, lonas, cajas y demás útiles, pero poco a poco además se produce un aumento en la demanda, no sólo en lo referente al agua, sino a otro tipo de bebidas, como licores, refrescos o vinos. Si, como afirma el arquitecto Jesús Miguel Salado, a esto añadimos la aparición de lugares de esparcimiento para la población, sobre todo para sus élites, fue necesario por tanto establecer ya los primeros espacios para que estos Puestos de Agua se "sedentarizasen". 

Uno de los más conocidos en la Sevilla del XIX, pintado incluso por Jiménez Aranda, será el situado junto a los Almacenes del Rey, hoy confluencia del Paseo de Colón y Reyes Católicos, junto al entonces Puente de Barcas. Su propietario, oriundo de tierreas gallegas, mantenía abierto el aguaducho durante toda la jornada, retirando los toldos al atardecer y cerrando al toque de queda marcado por el campanario de la Giralda. Manuel Chaves lo recordará en 1894 con nostalgia, describiendo así al llamado Puesto de Aguas de Tomares:

"Estaba formado por una alta estantería, un mostrador y varios bancos de madera, y mesillas pequeñas colocadas convenientemente. En la estantería encontrábanse cuatro grandes cántaras de barro, una estampa religiosa y algunas macetas de olorosa albahaca, que en estío presentaban agradable aspecto. Sobre el mostrador, limpios vasos de cristal, puestos en fila, convidaban a apagar la sed de los transeúntes, y cerca de ellos se veía la cesta de panales, las botellas con almíbar para los refrescos, las cajas con pastillas de almendras, y otros diversos objetos que se utilizaban en el servicio del público."

A finales siglo XVIII el mencionado Puesto sirvió como casino o punto de encuentro para señores de casaca, comerciantes enriquecidos, militares retirados o petimetres empelucados, reunidos todos en torno a la lectura en voz alta de la Gaceta, al juego de las Damas o simplemente contemplando a los viandantes mientras se hacía animada tertulia sobre dimes y diretes. El afamado diestro Pepe-Illo fue habitual del lugar, improvisando alguna que otra juerga y convidada general para alegría de los parroquianos; téngase en cuenta que el matador de toros vivía en la cercana calle de San Pablo, no lejos de allí. También pasaron por allí el conocido Oidor Francisco Bruna (apodado en su tiempo "El Señor del Gran Poder), el poeta Arjona y el popular personaje de Manolito Gázquez, partidario acérrimo de Pepe Illo, de quien hablaremos en otra ocasión, y otros muchos. 

A comienzos del XIX, sin embargo, el fervor patriótico contra los franceses tomó asiento en el Puesto, celebrándose en él no pocos conciliábulos y cabildeos con el telón de fondo de la ansiada liberación frente al invasor. Tras la Guerra de Independencia, sobre 1820, se pierden las noticias del Puesto de agua de Tomares, que ha pasado a la historia por aparecer en uno de los pasajes de la obra del  Duque de Rivas "Don Álvaro o la fuerza del Destino", dramón romántico estrenado en 1835: 

"¿Qué persona de buen gusto, viviendo en Sevilla, puede dejar de venir todas las tardes de verano a beber la deliciosa agua de Tomares que con tanta limpieza nos da el tío Paco, y a ver este puente de Triana, que es lo mejor del mundo?"

Una palabra, "Kiosco", procedente del persa "Kosk", y que aludiría a un tipo de pabellón o baldaquino realizado con maderas y telas a modo de baldaquino, será protagonista del cambio de apariencia de los sevillanos puestos de agua a finales del XIX y principios del XX. Con la idea de adecentar su aspecto, el Consistorio de la ciudad determinará modificar su diseño, empleando materiales como el hierro o el cristal, incluyendo la necesidad de sombra mediante toldos y marquesinas (esa sombra de la que estamos tan faltos en el Centro de nuestra ciudad).

De este modo, serán peculiares muchos de ellos, instalados en la Alameda de Hércules, Paseo de Catalina de Ribera, Las Delicias o Paseo de Colón. En 1885 entra en escena "The Seville Water Works", quien consigue del Ayuntamiento la concesión del suministro del agua para la ciudad durante noventa y nueve años, será la llamada "Agua de los Ingleses", mientras que la exposición iberoamericana de 1929 y las posteriores reformas urbanísticas de la posguerra se llevarán por delante muchos de estos quioscos, a lo que habría que sumar, lógicamente, las mejoras experimentadas por el abastecimiento de aguas en los domicilios sevillanos. De todos modos, los puestos o quioscos de agua calaron muy mucho en la población, basta con reseñar que una de las zarzuelas más conocidas dentro del llamado "género chico" sea la compuesta por Federico Chueca: "Agua, Azucarillos y Aguardiente" o el famoso chiste de los garbanzos del inimitable Paco Gandía, en el que juega un papel fundamental alguien que prácticamente solo sobrevive ya junto a los Pasos en las procesiones: el "Aguaó".

Foto: Reyes de Escalona

28 junio, 2021

Aquellos veranos.

Ahora que a finales de junio el verano se nos ha instalado en Sevilla con todo su esplendor y poder, quizá sea buen momento para aportar algunas notas sobre cómo sobrellevaban esta estación los sevillanos de siglos anteriores, cuando poblaciones como Chipiona, Sanlúcar de Barrameda o Rota (por no hablar de Matalascañas) eran simples nombres desconocidos por la mayoría, poco preocupados por la arena de sus playas o las bondades de su climatología. 

Un aspecto siempre a tener en cuenta era cómo las propias calles sevillanas, con sus estrecheces y recovecos, intentaban proporcionar sombra ante la poco habitual presencia de arbolado (excepción hecha de zonas concretas como la Alameda), de la misma manera, las viviendas sevillanas buscaban adaptarse a las altas temperaturas, siguiendo esquemas legados por la tradición clásica e islámica; a los muros gruesos y los techos altos, al uso de persianas o velas, al cierre de contraventanas en las horas de mayor luz solar habría que unir el empleo de pavimentación basada en el barro o el mármol, la figura del patio y el protagonismo del agua, según las posibilidades económicas, tal como lo manifestaba (según recoge Chaves y Rey) el historiador y sacerdote trianero Alonso de Morgado allá por 1587: 

Los patios de las casas (que en casi todos los hay) tienen los suelos de ladrillo raspado. Y entre la gente más curiosa, de azulejos con sus pilares de mármol. Ponen gran cuidado en lavarlos y tenerlos siempre muy limpios, que con esto y con las velas que les ponen por alto no hay entrada de sol ni el calor del verano, mayormente por el regalo y frescura de las muchas fuentes de pie de agua de los caños de Carmona, que hay por muchas de las casas enmedio de los patios.

Ya que mencionamos el agua, tampoco conviene echar en saco roto algo poco divulgado como era el saludable hábito del baño para muchos sevillanos, sobre todo porque siempre hemos construido esa idea de falta de higiene secular. Quizá sea mejor recurrir de nuevo a Morgado para que nos aclare cómo era esa costumbre tan sana como social: 

Usan (las mujeres) mucho los baños, como quiera que hay en Sevilla dos casas de ellos. Los unos en la collación de San Ildefonso, junto á su iglesia, y los otros en la collación de San Juan de la Palma, que han permanecido en esta ciudad desde el tiempo de los moros... No pueden entrar los hombres en estos baños entre día por ser tiempo diputado solamente para las mujeres, ni por consiguiente mujer ninguna siendo de noche, que los hombres la tienen toda por suya con la misma franqueza que las mujeres tienen el día por suyo...

Chaves y Rey añade que la casa de baños de San Ildefonso permaneció abierta hasta 1762, aunque para esa fecha ya habían desaparecido las otras dos, situadas en la calle Aposentadores, en San Juan de la Palma, y en la calle Baños, respectivamente, aunque estos últimos se conservan por fortuna.


 Si los baños resultaban una buena opción para aliviar "las calores", existía otra mucho más "natural": el río. Se sabe que de antiguo las autoridades locales habían intentado ordenar los baños en el Guadalquivir, mediante no pocos edictos y bandos, sobre todo para ordenar a la concurrencia y evitar el contacto entre personas de distinto sexo, ya se sabe... 

Aunque no es de esperar que la gente de juicio falte á unas reglas que aspiran á su propia seguridad y á que se observe el mejor orden de honestidad y decencia... como hay personas que por satisfacer sus caprichos, sus vicios ó diversiones no perdonan medio alguno, aunque sea peligroso para conseguirlo, se castigará á éstas por la más ligera contravención.

Como detalle curioso, leyendo el periódico El Liberal del 8 de julio de 1903 encontramos una nota del Ayuntamiento en la que se da por inaugurada la "Temporada de baños", que daría comienzo el 14 de julio y finalizaría el 8 de septiembre. A través de varias disposiciones, la autoridad establecía el lugar para los baños (zonas de los Remedios, Chapina, Humeros...) con horario para hombres (de cuatro a ocho de la mañana y de cinco a siete de la tarde) para mujeres (desde media hora tras el toque de oraciones hasta las once de la noche), quedando prohibidos los baños de niños en solitario, los juegos y alborotos en el agua, el pasar el río a nado de una orilla a otra, "la aproximación de los varones al baño de las hembras" y las ofensas a la moral y las buenas costumbres. Se establece que haya buzos "para auxiliar a las personas que corran peligro de asfixia por la sumersión". Ni que decir tiene que el régimen de sanciones contemplaba multas: de una a cincuenta pesetas según el tipo de falta cometida...

Todavía en los años cuarenta, y hasta los sesenta, del siglo XX tuvo cierta fama la llamada Playa de María Trifulca, zona de baño en las orillas del Guadalquivir situada en la zona que ahora ocupa aproximadamente el Puente del Quinto Centenario, y que causó no pocos quebraderos de cabeza a las autoridades municipales en su tiempo... 

Manuel Barón y Carrillo: Vista del Guadalquivir. 1854.

Sin aires acondicionados ni climatizadores, sin siquiera un humilde ventilador, aunque se podía recurrir al clásico abanico, habría que reseñar la utilización del hielo: con fines medicinales (para cortar hemorragias, como analgésico para dolores musculares o incluso como remedio contra la tan temida Peste) o como elemento refrescante para bebidas o alimentos; utilizado desde siempre por mesopotámicos, griegos y romanos, en el siglo XVI el médico sevillano Nicolás Monardes se extrañaba de su poco uso en Sevilla. 

Gonzalo Bilbao: Noche de verano en Sevilla. 1905.

Ya en el XVIII es conocida la existencia de gran número de pozos de nieve en la localidad de Constantina, donde aún se conserva algún edificio de estas características, sin olvidar a negociantes que traían el hielo de otros puntos de la sierra al precio de cinco cuartos la libra de nieve, hasta  con cierta controversia por el elevado precio del hielo en determinadas épocas del año. La nieve solía recogerse tras la primavera e introducirse en pozos con el conveniente aislamiento térmico a base de troncos y paja para convertirla en hielo, contando con que el transporte era realizado de noche lógicamente por el gremio de "neveros" con lo cual la Corona recaudaba pingües rentas por este comercio, aunque eso sí, nada podía hacer frente a conventos y monasterios que lo realizaban.

Como elemento para la diversión, se celebraban las populares "Veladas" o "Velás", de las que apenas nos queda la de Santa Ana en Triana en el mes de julio, con su "cucaña" incluida, aunque cada barrio o collación celebraba la suya dedicada a San Antonio, San Pedro, San Juan, San Roque, San Bernardo o la misma Virgen de los Reyes, coincidiendo con el 15 de agosto. Decoración con banderitas y farolillos, puestecillos, buñuelos, tómbolas, música, bailes, procesión y fuegos artificiales constituían el eje festivo de estos festejos, aderezados no pocas veces por las inevitables broncas por efectos del alcohol y que formaban casi parte del "programa de actos".

Cecilio Pla: Noche de verbena. 1906.

Al atardecer de cada jornada estival, eran muchos los que abandonaban sus hogares para pasear por el Arenal, la Alameda, la Barqueta o Las Delicias, buscando el "fresquito", para ver y ser vistos, tomarse quizá el pertinente vasito de horchata o quizá descansar en alguno de los innumerables puestos de agua con la consabida tertulia. Otros, sobre todo los más jóvenes, marchaban de gira campestre, aprovechando el frescor de las riberas del río para organizar "saraos" donde no faltaba el cante y el baile.

¿Y los más pudientes? Muchos de ellos trasladaban sus residencias a las llamadas "casas de placer", lo que vendrían a ser ahora las modernas villas o chalets de los alrededores de la ciudad, donde podían disfrutar de mucha mayor frescura y tranquilidad. Allí, la siesta era la panacea para las largas horas del mediodía, posiblemente tras la ingesta del consabido gazpacho enfriado en el correspondiente lebrillo de barro, y siempre con el búcaro a mano, como estaba mandado, ya que era uno de los elementos domésticos imprescindibles en aquellos meses. 

A mediados del siglo XIX, y procedente de Inglaterra, comenzó a implantarse la costumbre médica de recetar los llamados "baños de ola" en la playa, como remedio seguro contra el asma, los problemas circulatorios o incluso la depresión. Siguiendo la estela de ciudades del norte de España como Santander, Gijón o San Sebastián, comenzaron a verse "bañistas" en las costas andaluzas, a lo que hay que sumar el auge de los balnearios y la influencia de personalidades como los Duques de Montpensier, comenzando a cobrar protagonismo, esta vez sí, poblaciones del litoral como Chipiona o Sanlúcar de Barrameda. 

Finalmente, el siglo XX será el del definitivo nacimiento del término "veraneo", como hábito vacacional copiado de las élites sociales auspiciado por el aumento del nivel de vida, la mejora de las carreteras y la difusión del automóvil como medio de transporte familiar. Aparecerá también la clásica figura del "dominguero", cargado de neveras, filetes empanados (que luego se "reempanaban" de arena de playa), tortillas de papas, melones y sandías puestos a refrescar en la orilla y demás impedimenta necesaria para estas excursiones, tan recordadas por todos, que solían finalizar con la inevitable caravana de coches y las quemaduras por la acción solar.

Por el momento, dejemos el tema, recordando a Isabel la Católica cuando dejó esta frase (controvertida, sin duda) para la posteridad: "Los inviernos, en Burgos, los veranos, en Sevilla". Ahí queda eso. 




07 septiembre, 2015

Sin plaza.-

Llamada habitualmente como Plaza, dicen que la de San Quintín, no lejos de la parroquial de Santa Catalina o de San Pedro, y próxima al exconvento de agustinas de la Paz, tomó ese nombre no por la célebre batalla habida en 1557 en la que los viejos Tercios españoles masacraron a las tropas galas, sino por el Barón de ese nombre, quien en el siglo XVIII construyó residencia palaciega en aquel lugar, siendo conocida por ese nombre desde al menos, que se sepa, 1868. 



Nominada como Plaza, aunque con escaso merecimiento todo hay que decirlo, en años recientes ha visto como desaparecía el colegio de las Carmelitas y se construían sobre su solar modernos edificios de viviendas, de modo que aunque nos de cierta pena, no es menos cierto que al haberla rotulado de nuevo como Barreduela quizá se haga justicia con esta calle, conservando,  al menos, el nombre del antedicho Barón.




18 agosto, 2015

Enigmas (III)



La hemos hallado en plena calle de la Feria, no lejos de la parroquial de Omnium Sanctorum y de su famoso Mercado de Abastos. Cuelga de casa corriente y desconocemos su utilidad, ya que no parece estar destinada a toques de vísperas, angelus, oraciones o quinarios; por un momento pensamos pudiera ser fruto de rapiña de desaprensivos o broma de escaso gusto, pero el ver que adolece de badajo y que por tanto trátase de muda campana no hace sino confundirnos aún más.

01 agosto, 2015

Entre toldos.-


Admiradores como somos de la Turris Fortissima, e incansables adoradores de su donosura y lozanía, permítanos el lector que en este pliego la mostremos veladas entre lienzos que protegen de rayos del astro rey, como si por un momento estuviera vendada o sujeta por tiras de tejido blanco e impoluto.



Ni siquiera así, pese a estar rodeada de comercios con decoración infame, olores nefastos de caballerías o tabernas de dudosa belleza, pierde su elegancia como suprema torre de la ciudad, ciprés de ladrillo y mármol coronado por una Fe que muchas veces necesitamos sobremanera en aquestos tiempos que corren...

26 julio, 2015

Enigmas (II).-

Evitando rayos solares y buscando fresca somra, hemos hallado en estos días sendos objetos que nos han sumido en cierta perplejidad. Por ello, hemos decidido, tras sesuda reflexión, mostrarlo a ojos de quien tiene la benevolencia de leer estos pliegos por si acierta a descubrir para qué sirven o al menos, para qué fueron colocados.

Dos son los extraños elementos, y comenzaremos por el que encontramos más recientemente en calle desierta y poco transitada: 


   A todas luces nos pareció adorno o atalaje con aires marinos, aunque nos confundió el empleo de tan simbólico elemento en puerta callejera, quizá sea vivienda de gentes de otras tierras que de ese modo usan tan extraño símbolo para ahuyentar malos espíritus (cosa digna del Santo Oficio, sin duda)

   Si este elemento nos dejó meditabundos, el otro, que a continuación mostraremos, nos dejó al borde del pasmo, pues no alcanzamos a saber su fin:



   Por un momento dedujimos que tan colorido canastillo fuera alcancía o demanda con que sostener el culto de algún santo o imagen de Nuestra Señora, pero al no estar a la vista ningún bendito simulacro sospechamos que quizá se tratara de estratagema de algún pedigüeño poco dado a la labor, o se tratara de extraña manera de indicar algún secreto lugar sólo apto para iniciados en sus misterios, lo que a fin de cuentas supondría cabalmente desacato contra la ortodoxia cristiana y contra el Rey nuestro Señor.  

   Sin que a día de hoy sepamos a ciencia cierta de qué tratan ambos cachivaches, dejaremos, como decíamos, al albur del lector bien informado nos saque de dudas...







18 julio, 2015

Valientes.-



Achicharrados como estamos en esta fechas estivales, en las que parece que somos pasto de las famosas calderas de Pedro Botero, no hemos de menoscabar como la naturaleza parece ignorar las altas temperaturas marcadas por los hispalenses mercurios.



Flores de colores y formas varias parecen desafiar a las tórridas mañanas y a las calenturientas tardes en singular alarde de belleza y cromatismo, mientras aves de especies diversas procuran remojarse en fuentes y estanques, aunque no abunden especialmente lugares donde los viandantes podamos saciar su sed.


Mas no pretendemos ponernos líricos ni bucólicos, antes bien,  ponderar el valor sobrio y casi asceta de cuantos se echan a la calle en estos días julianos, para ellos nuestra admiración y nuestra recomendación: en julio beber y sudar y en balde la sombra buscar. Paciencia.






En julio, beber y sudar, y el fresco en balde buscar. - See more at: http://www.citasyproverbios.com/refranes.aspx?tema=Verano#sthash.o1LKdvpv.dpuf
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02 julio, 2015

A chorro.-

 
Créanme si les digo que en estos días no vivimos para sustos ni hallamos sosiego, no porque andemos aterrados por sucesos varios o tragedias ajenas, que también, sino porque aquesta ciudad nunca dejará de sorprendernos en grado sumo. 



Paseábamos por Alameda de Hércules, feliz espacio creado por el Conde Barajas allá por 1574, cuando drenó de aguas putrefactas la laguna que se formaba, foco de pestilencia y malos olores para vecinos. Paseábamos, decíamos, cuando de repente, brotaron del suelo, como por obra del Maligno, abundantes y copiosos surtidores de agua, que nos empaparon vestiduras dejándonos calados como si de aguacero otoñal se tratase. Pueden imaginarse vuesas mercedes el estupor y la sorpresa que se plasmaron en nuestra faz, y añádanle las chanzas y mojigangas que hubimos de sufrir con resignación cristiana.



Tomamos el asunto con filosofía y hasta agradecimos aquel oportuno chubasco, pues marchábamos a cierto recado no poco acalorados, y comprobamos, después, que dichos surtidores constituían motivo de jarana y diversión para transeuntes y parroquianos, aunque esperamos no se prodiguen en demasía y llegue el agua como a niveles de antiguas inundaciones del Guadalquivir...



24 junio, 2015

Buena sombra.-



Por un momento, quedamos pasmados la otra mañana tras la aparición de gigantesco monstruo de metal por antigua calle los Colcheros (ahora llamada de Tetúan por ser una ciudad tomada por cierto general O´Donnell con quien no coincidimos en los Tercios de S. M. el Rey ). Caminaba, el dicho animal, sobre ruedas, lenta y pesadamente, y era manejado, no sin cierta pericia como después apreciamos, por unos mozos que al parecer lo habían adiestrado y domado, de manera que poco daño podía hacer pese a su terrible apariencia.


Inquirimos a dichos peones y nos relataron que era especie de plataforma, y que no era utilizada para asedios o asaltos de fortalezas y bastiones, sino para alcanzas alturas sin ayuda de escaleras, siendo útil para la colocación de toldos ahora que aprientan las calores y el verano comienza a enseñorearse de la ciudad. 





Y bien que agradecimos la sombra de dichas velas o toldos, cuyo uso es inmemorial, pues proporcionan no poca protección frente al astro rey, y más para aquellos cuya cabelleras, como la nuestra, han perdido pujanza...

09 agosto, 2012

En tiempo de melones...

Disculpará, amable lector de aquestos pliegos, que llegando fechas estivales redúzcase escritura y merme creatividad, que tan altas temperaturas no avivan seso precisamente ni estimulan entendederas.


   Con las debidas licencias, hemos acordado en sesión habida en jornada de hoy que por una vez, y sin que sirva de precedente, tomaremos breve holganza para descanso de nuestros lectores, consumidos por verborrea, historias, leyendas e inquietudes propias y ajenas, aunque no descartamos puntual aparición en calendas agosteñas.

   Obligados y satisfechos en grado sumo por respuestas a pesquisa que incluimos no ha mucho, haremos caso de preferencias de lectores y acometeremos textos acordes a lo solicitado, que nada más placentero hay que contentar a quien solicita y proporcionar nuestro breve saber a quien lo demande.


    Mas como dice refrán: “en tiempo de melones, cortos los sermones”, de manera que abreviaremos prédica deseando plácido descanso a quien disfrutarlo pueda, resignación a quien hállese ocupado en su oficio (que no es cosa baladí) y esperanza a quien ande en lograrlo.  

26 julio, 2012

Sexta.-

Práctica común antaño, contemplamos dichosos que hogaño mantiénese su uso y sin que haya menoscabo de otros regodeos, éste constituye ambrosía para mortales y delectación ineludible en aquestas tórridas fechas.


Pocas sensaciones más gustosas que buena pitanza regada con óptimos caldos, maridando (afirmannos que es agora término asaz corriente) sabores y aromas, llenando el estómago con benditos alimentos y saboreando con deleite todo cuanto se nos pone por delante a mesa y mantel. Pensará amable lector que incurrimos en hartazgo y, por ende, en pecado de gula (no del Norte, sino en todo caso, del Sur), y que peligra salvación de nuestra alma; deseche tales temores quien lea aquestas líneas, que ni nos consideramos pantagruélicos ni mucho menos glotones en sentido estricto, antes bien, procuramos sustento austero aunque sea innegable que disfrutamos dello.

Mas como todo deleite trae consigo congoja, convengan vuesas mercedes con nos en que pocas sensaciones más destempladas hay en aquesta vida que fastidiosa digestión, cuando prodíganse flatulencias o ardentías, habiendo de recurrir a líquido elemento refrescado convenientemente “ad hoc” en búcaro o a fórmula magistral de botica para conjurar gástricas inquietudes.


Por fortuna, como para todo hay salida, los antiguos romanos nos legaron loable e inveterada tradición “a posteriori” de copiosa nutrición, consistente en caer en brazos de Morfeo por breve lapso de tiempo sin que en ello haya molicie o lasitud. Debe su nombre tal uso somnoliento a que tenía (y tiene, vive Dios) lugar en hora Sexta, que según su saber abarcaba de mediodía a tres en la tarde, sin que sepamos a ciencia cierta si tamaño invento fue cosa de latinos o si bien adaptaron práctica anterior de otros pueblos.



Hablan los galenos y seguidores de Hipócrates de cómo tal sueño reparador puede llegar a aliviar depresión postprandial (no nos inquieran curiosos por tal término, que sin saber bien por qué suénanos a casquería) e incluso favorecer desarrollo de mente y cuerpo, alejando fatigas y cansancios y aguzando ingenio y memoria, declarándonos firmes y devotos adalides habida cuenta además que como dijo aquel “quien duerme, sus males espanta” (¿o era otra la frase?).