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27 febrero, 2013

Giganta

 Gracias a gentil préstamo, agradecidos eternamente a quien dadivosamente nos ha proveído dello, no ha mucho obra en nuestro poder singular artefacto que captura imágenes y permite después que éstas sean vistos merced a complicados mecanismos de los que carecemos de idea mas permiten a este pobre mortal captar escenarios, monumentos, gentes y lugares con eficaz precisión y no menos mérito, aunque quizá dicho mérito debamos atribuírselo a aludida máquina que hace casi toda labor sin que nosotros tengamos mas que apretar cierto resorte.



Prueba dello son las instantáneas (creemos dícese así) que captábamos en la fría mañana de hoy que son protagonizadas, no podía ser menos, por cierta torre, crisol de estilos artísiticos y mescolanza de elementos moriscos y cristianos que nos tiene desde siempre sorbido el seso por su altura sin menoscabo de otras.

 
  
Disfrute, pues, amado lector de aquestos pliegos y si os placen tales imágenes por su composición, colorido y disposición ello nos alegrará en grado sumo.

 

20 noviembre, 2011

Aguas.-


Desde aquel célebre Diluvio que el Creador instigó sobre la Creación, la lluvia ha sido tenida, a partes iguales, como bendición del cielo para unos o como maldición para otros, según sus efectos sobre cosechas, campos o plantaciones, que si aciaga es sequía, no menos nefasta es inundación; no debe causar extrañeza, por ende, que antaño la ciudad celebrase rogativas tanto para impetrar aguas como para detenerlas haciendo bueno el dicho de que nunca llueve a placer de todos.



Merced a lo terrizo de sus calles, la Hispalis de mis tiempos era lugar propenso a embarrarse no poco a las primeras gotas, mezclándose barro con inmundicias y haciendo del caminar algo penoso y hasta poco higiénico, por no hablar de cómo los carruajes quedaban atascacos en inmensos lodazales.


Con la crecida de sus aguas, el río empantanaba todo en derredor, creando lagunas y fangales, que a la larga serían focos de fetidez y pestilencia y origen de insalubridades que afectarían a población acostumbrada, todo hay que decirlo, a convivir con aqueste tipo de incomodidades. Riadas hubo que alcanzaron inimaginables zonas, dejando a su paso deterioros notables.


Imbornales diligentemente colocados evacuan las aguas hacia ocultos sumideros, e incluso nos dicen, subsisten agora cloacas que bien podrían tener su origen en romana época, lo que  maravíllanos en extremo y pone de manifiesto el genio y talento que los antiguos tenían a la hora de construir.



Ello no obsta que por desniveles del pavimento fórmense abundante charcos que más parecen albercas o lagos, y que, por tránsito de modernos carruajes, viandante despistado llévese soberano remojón que desde luego ahorrará no poco el baño anual.




Salíamos a nuestro matutino paseo esta mañana cuando nos encontramos con pertinaz calabobo, por lo que aprestamos manteo y chapeo para evitar en lo posible empaparnos, comprobando cómo existen curiosos artilugios que a manera de sombrillas, desplegados sobre las testas protegen del diluvio y paran agua, siendo cosa de asombro su baratura, que entramos en lonja regentada por gente ojos rasgados y su precio no fue más allá de unos escasos reales.



A fuer de ser sinceros, agrádanos la lluvia, mas en su justa medida, que olor a mojada tierra y  brillo de húmeda piedra parécenos cosa agradable, y pese a que nuestro humilde calzado se resienta e incluso corramos riesgo cierto de contraer constipado por ello, no por aquesto privarémonos del gusto de caminar por una ciudad que, hasta llovida, cautívanos sobremanera.


11 mayo, 2011

“Noticiosa relación de lo acontecido en la Feria de Mayo hispalense”




           Prosiguiendo aquestos pliegos, y como mencionábamos en anteriores escritos, dispusímonos con ánimo jaranero y contento general a empaparnos, dicho sea sin gusto por la chanza, de lo que los hispalenses de hogaño llaman la  Feria.




              Tal y como augurábamos la ciudad paresció, por un lapso de tiempo, conjurarse contra los recientes temporales, ensalmar temores y olvidar tristezas pasadas y penurias presentes, concentrándose en el llamado Real y en más de diez cientos de casetas de la más diversa índole y tamaño, propiedad de corporaciones, gremios, cofradías o familias.

Harto complicado nos habría resultado tener paso franco a en alguna de ellas de nos ser por la correspondiente cedulilla que nos facilitase la entrada, antes bien, cosa a gala llevada por no pocos es la suma traza que se dan en burlar la vigilancia que monta guardia a las puertas, sortearla y embozarse  cual aparecido o espectro.



            Quienes saben de este acontecimiento cuéntannos que el aderezo y adorno de estas casetas viénese manteniendo desde tiempo ha, y que viene a ser trasunto de la morada hispalense en la décimo novena centuria, por ello, no es de extrañar que no se vean modernos aparatos ni recientes, en su diseño, mobiliario, antes bien, abunden cortinajes, cornucopias, cuadros, sillas y mesas en madera tallada y pintada con ingeniosos motivos y hasta retratos y lámparas y cómodas.


            Empero, justo es de reseñar cómo si antaño eran frecuentes los cantos de seguidillas y su baile por parte de los naturales de cada caseta, en aquestos tiempos paresce que dicha costumbre ha caído en lamentable desuso, contraviniendo la más rancia tradición y siendo trocada por grupos de cantores que suelen interpretar las antedichas seguidillas o sevillanas por un estipendio.



            Cuéntannos quienes saben de la dicha Feria que no poco ha cambiado el yantar en ella, pues chacinas de la Sierra, quesos u otras viandas más humildes han dado paso a exagerados manjares y profusión de mariscos de las costas del Atlántico, lo que merma no poco las bolsas. Abundan los vasos con cerveza, que aunque tenida por bebida de gentes del Norte o incluso de bárbaros en otros tiempos agora es venerada especialmente, con mayor intensidad si es la fabricada en unas barricas hasta no ha mucho cercanas al Humilladero de la Cruz del Campo.

Item más, son los caldos generosos de Sanlúcar de Barrameda o Jerez de la Frontera los preferidos en estas jornadas, aunque hemos de mostrar nuestro desagrado por su mixtura con bebidas carbonatadas, cosa que consideramos asaz vacua y hasta herética.

            Como era obligado, acudimos a las fiestas de toros en el coso que los Maestrantes tienen en el Mal-Baratillo y pudimos regocijarnos no tanto del juego de las reses o del arte de sus matadores como de la belleza del edificio y de sus arcadas.





            La mañana no la hay, pues en esas horas apenas puede verse público, y éste comienza a aglomerarse muy pasado el mediodía. Hasta el atardecer tiene lugar el Paseo de Caballos en el que lo más granado de la sociedad hace ostentación y gala de monturas y carruajes, con enganches del más diverso tenor. No faltan bellas damiselas ni gallardos jinetes.




            La noche hace que la Feria torne en su colorido y que docenas de luces la iluminen con grande contento para todos. La Portada (a quien tomamos por Arco Regio no hace muchas calendas) luce con gran esplendor y conviértese en lugar de cita para no pocos.




         Dejábamos en el tintero, para concluir, que si para muchos esta Feria bien podría ser Paraíso, soprendiónos en grado sumo la presencia de una Calle llamada del Infierno, y más aún que en ella, en vez de almas sufrientes de tormentos del Maligno se erigiesen curiosos mecanismos y extravagantes maquinarias para divertimento general.


           
          Quedamos sumamente impresionados por tal alarde, mas también ciertamente anhelantes de acudir en mayor número de ocasiones al Real. Elevaremos plegarias para que el próximo año dicho anhelo se cumpla.