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11 abril, 2022

A latigazos.

La imagen actual de los nazarenos en Semana Santa portando cirios o cruces, orando en silencio en actitud de recogimiento o también, por qué no, repartiendo algún que otro caramelo, poco tiene que ver con la que los sevillanos de los siglos XVI y XVII pudieron contemplar. Pero como siempre, vayamos por partes. 

Como bien afirma el profesor Palomero Páramo, la implantación en Sevilla de la devoción al Via Crucis por parte de Don Fadrique Enríquez de Ribera supuso el origen de las procesiones de Semana Santa, ya que en esta práctica religiosa, que se realizaba durante los siete viernes de Cuaresma y finalizaba próxima al humilladero de la Cruz del Campo, participaban fieles y devotos con hábitos nazarenos que rezaban los 1.321 credos y padrenuestros que simbolizaban el número de pasos que caminó Cristo con la cruz. 


Los penitentes de entonces, hablamos en torno a 1521, cubrían sus rostros con capuchas y se azotaban en público con disciplinas, para conmovedora admiración de quienes contemplaban la escena penitencial, y seguían el esquema medieval del movimiento flagelante, que estimaba el autocastigo como forma de contricción ante los pecados cometidos y que alcanzó gran notoriedad en la Europa de la Peste de 1340, incluso con algún matiz casi herético, lo que le valió la desautorización eclesiástica.

Casi al mismo tiempo, las cofradías sevillanas, llegada la Semana Santa y movidas desde antiguo por el recuerdo de las predicaciones de San Vicente Ferrer, realizaban estación de penitencia a cinco iglesias próximas a su sede y en sus sencillos cortejos, aún sin pasos ni costaleros, formaban los denominados "hermanos de luz", portando cera para alumbrar el camino, no siempre bien iluminado de noche, y los "hermanos de sangre", quienes expiaban sus culpas flagelándose las espaldas como disciplinantes. El transitar de estos cortejos debía ser impresionante, silencioso, sobrio, casi "castellano", únicamente roto por el ruido de los golpes y los salmos. 

La participación en las procesiones era regulada por las Reglas de cada corporación, siendo obligatoria para los cofrades, bajo pena del pago de multas en cera, salvo para hermanos enfermos o con jusitificación; los flagelos empleados variaban según las hermandades, como ha analizado Grando Hermosín, abarcaban desde carretillas de plata a manojos de cáñamo, pasando por rodezuelas o rosetas de plata de volantín; además, como epílogo de la estación, era costumbre que los hermanos más veteranos debían tener preparadas en la sede canónica grandes ollas con rosas, laurel, arrayán, romero y vino hervido a fin de lavar las heridas de los penitentes, lograr la cicatrización y evitar posibles infecciones. Com curiosidad, en 1645 un tal Luis Núñez organizó el "lavatorio" de los disciplinantes de la desaparecida Hermandad de las Tres Humillaciones, gastando 26 reales, de los cuales 3 y medio  fueron para media arroba de vino, unos seis litros y medio.

Sin embargo, lo que en principio era una práctica humilde y ascética, poco a poco fue transformándose en nada edificante exhibicionismo, sin que faltasen vanidades, desórdenes, actitudes picarescas o incluso que algunos flagelantes, expertos, buscasen  salpicar con su propia sangre el borde del vestido de la mujer a la que pretendían, gesto ahora impensable pero que en aquella época era considerado el máximo de la galantería y virilidad. Por supuesto, el término "latigazo" también comenzó a extenderse como práctica relativa al consumo de mostos y aguardientes, con los consiguientes efectos...


A ello habría que sumar cómo los nobles obligaban a sus servidores a azotarse por ellos, el uso de túnicas acolchadas en la espalda para ocasionar ruidosos azotes para impresionar al pueblo o incluso la creencia popular que afirmaba que la flagelación tenía efectos reconstituyentes para el cuerpo. En 1604, el Cardenal Niño de Guevara instauró el Cabildo de Toma de Horas, ordenó que todas las hermandades hicieran estación a la Catedral (las de Triana, a Santa Ana) y reguló los abusos de los penitentes, prohibiendo la presencia de mujeres como tales, las túnicas cortas o transparentes, el "alquiler" de flagelantes, los excesos de los "demandantes" (cofrades algo "insistentes" que pedían donativos para la hermandad durante el recorrido) así como la obligación de mantener la debida compostura, acorde a la solemnidad del acto. ¿Se cumplieron las normas establecidas entonces? 

El Abad Gordillo escribía un tiempo después sobre una hermandad en concreto, aunque podría aplicarse al resto: 

"En el tiempo presente ha variado mucho esta cofradía, porque ya no son tantos los caballeros y hombres nobles que a ella acuden, ni tanto el fervor de la penitencia. Se ha reducido todo a seguir la novedad y galas que se  permiten, que es cosa lastimosa lo que en esto se usa. Ya no hay caballeros que se disciplinen porque la sangre de color rojo ya se derrama de mala gana... Todos van sueltos y galanes..."

Será finalmente Carlos III quien con una Real Orden en 1783 prohiba enérgicamente la presencia en las procesiones de Semana Santa de disciplinantes, empalados y todo aquello que desdiga del auténtico espíritu de este tipo de celebraciones.

Procesión de disciplinantes

Pese a todo, los flagelantes siguieron desfilando por las calles, prueba de ello es la célebre pintura de Francisco de Goya, realizada en torno a 1814, sin que sirvieran los lamentos de escritores ilustrados como el sevillano Blanco White, que hablará del tema en estos términos sobre 1822:

"Hace exactamente cuarenta años fue prohibida por orden del gobierno la repugnante exhibición de gente bañada en su propia sangre. Aque llos penitentes procedían de las clases sociales más abyectas. Vestían enaguas de lino, capirotes, antifaces y unas camisas que exponían a la vista la espalda desnuda, todo ello de color blanco. Antes de incorporarse a la procesión se herían la espalda y ya en ello se azotaban con disciplinas hasta hacer que la sangre corriera por sus hábitos. Fácil es comprender que la religión nada tenía que ver con estas voluntarias flagelaciones. En efecto, estaba muy extendida la idea de que este acto de penitencia tenía un excelente efecto sobre la constitución física y, mientras que la vanidad se sentía halagada por el aplauso con que el público premiaba la flagelación más sangrienta, una pasión más fuerte buscaba impresionar irresistiblemente a las más robustas beldades de las clases más humildes."

 El siglo XIX marcará el fin de las disciplinas cruentas y las violentas flagelaciones, aunque en estos días de Semana Santa, aún pervive un lugar en el que se ha mantenido esta costumbre, un pueblo de la Rioja llamado San Vicente de la Sonsierra que aún mantiene la tradición de los llamados "Picados" y auténtico fósil de tiempos pasados, conservando prácticamente el mismo esquema penitencial que los flagelantes del XVI, desde las túnicas, capas y capuchas hasta la curación de las heridas, pasando por todo un conjunto de normas para serlo en las que priman ser mayor de edad, buena fe y anonimato. Pertenecen a la antigua cofradía de la Vera Cruz, y acompañan las procesiones del Jueves y Viernes Santo; el término "picao" alude a los pinchazos (doce, en recuerdo de los doce Apóstoles) que se les practican en la zona lumbar tras los azotes realizados con una recia madeja de algodón, con la idea de hacer manar la sangre y evitar hematomas internos.   

Disciplinantes frente a la Virgen.jpg

Así, cuando en las jornadas semanasanteras contemplemos el transitar de nazarenos y penitentes, bien podríamos recordar aquellos tiempos en los que se vertía sangre en vez de cera y en los que los azotes no sólo eran cosa de la Hermandad de las Cigarreras. Pero esa, esa ya es otra historia.

15 marzo, 2021

Días de reparto.

 

 No cabe duda de que uno de los documentos que más anhela, o anhelaba, adquirir cualquier cofrade en estas fechas es la Papeleta de Sitio, o lo que es lo mismo, el impreso que refleja que el hermano ha abonado la llamada Limosna de Salida o la cuota anual según el caso y que por tanto tiene derecho a acompañar a los Titulares de su Hermandad durante la Estación de Penitencia. La Papeleta, ni que decir tiene, se decora como no podía ser menos con una orla precisa y preciosamente dibujada, imágenes del Cristo o la Virgen de la corporación, el escudo y, por supuesto, tanto el número de antigüedad como hermano como el puesto que ocupará durante el recorrido (cirio, cruz, acólito, insignia, costalero...); incluso no faltan aquellas que vienen acompañadas de un sobre destinado a algún donativo para la Diputación de Caridad o incluso el ruego inevitable de los mayordomos: "¿Va a dejar algo para las flores del Paso?".


 Importante, al dorso de la Papeleta, algo que casi nadie lee: las normas de comportamiento para el hermano nazareno, acólito o costalero, con especial hincapié en la uniformidad del hábito penitencial en cuanto a colores, tamaño del antifaz, colocación de cíngulos o escudos, hebillas o guantes, amén de lo que vendría a ser una especie de "guía" para el buen comportamiento, ya que tampoco quedan en el tintero cuestiones como las prohibiciones de levantarse el antifaz, vagar por las calles antes o después de la cofradía o simplemente realizar actos que desdigan el espíritu penitencial de la misma, por no hablar de la mala imagen que supone para la Hermandad.

Las firmas del Hermano Mayor o del Mayordomo y Secretario, junto con el sello corporativo, darán la pertinente autencidad al documento, que quedará guardado como oro en paño en casa de nuestro cofrade hasta el día de la salida de la cofradía, cuando sea necesario portarlo para acreditar el derecho a participar en la procesión. Muchos guardan como estimados tesoros las papeletas de sitio de la infancia, otros, las archivan por años, hay quienes, en fin, las conservan a modo de testimonio escrito tras cada Semana Santa.

Ni que decir tiene que las Papeletas de Sitio, junto con la subvención del Consejo de Cofradías, obtenida de la gestión de las sillas de la Carrera Oficial, constituyen una más que importante fuente de ingresos para las hermandades, aunque muchas ya hayan preferido optar por unificar cuota de hermano y papeleta para así garantizar unos ingresos mínimos.  

Pero, ¿Desde cuándo se emplean las papeletas de sitio? A lo largo de la historia de las hermandades, sus escribanos o secretarios procuraban dejar constancia escrita de todo lo que acontecía en su seno, mediante libros de acuerdos o de actas, libros de asientos de hermanos o listas de cofrades que participaban en la anual Estación de Penitencia, listas que servían casi como control de acceso y para evitar, por qué no, la entrada o participación de personas ajenas a la Hermandad el día de la salida procesional, y listas, además, que eran (y son en muchos casos) leídas aún de viva voz por los secretarios en no pocas hermandades minutos antes de que se abran las puertas del templo y salga la Cruz de Guía. La Papeleta de Sitio venía a ser el "salvoconducto" que permitía al hermano integrarse en la cofradía.

Por tanto, aunque hablamos de un documento casi meramente administrativo, posee no poca importancia, por lo que representa a la hora de acreditar no sólo la pertenencia al cortejo penitencial, sino también la antiguedad del hermano a la hora de figurar más próximo al Paso o el derecho a portar tal o cual insignia, de ahí que en nuestros tiempos incluso en muchas papeletas de sitio incluso aparezcan la fotografía del hermano y su número de carnet de identidad a fin de evitar suplantaciones. La Lista de la Cofradía, redactada por el Diputado Mayor, y colgada en un tablón en la Casa Hermandad o en el Templo residencia de la Hermandad, será el resultado final de esos días de reparto de Papeleras de Sitio, casi como un listado de participantes en el que cada año muchos verán como se separan de la Cruz de Guía y se acercan tramo a tramo al Paso.

Pertenecientes al siglo XVIII la Hermandad del Silencio conserva aún añejas papeletas de sitio encabezadas por la Cruz de Jerusalén, en las que se indica que "Nuestro hermano acompaña a Jesús Nazareno en su estación con (y aquí un espacio para indicar si es cirio, insignia o cruz) más la fecha y el nombre del hermano con esmerada caligrafía. Sabemos también, gracias al profesor López Bravo, que en 1850 la Hermandad de Montserrat poseía ya todo un Reglamento para ordenar la Estación de Penitencia, y que en el mismo se ordenaba a los hermanos abonar sus cuotas con antelación al Viernes Santo para así poder obtener la pertinente Papeleta de Sitio; como curiosidad, la cuota en aquel entonces estaba establecida en quince reales de vellón. 

Esta año, las papeletas de sitio ("controles de salida", se llaman en Cádiz) se han vuelto simbólicas, y en muchas hermandades, en un gesto que aplaudimos, su importe servirá para paliar las carencias de las siempre necesitadas Bolsa de Caridad u Obras Asistenciales; esperemos que la próxima Cuaresma, si Dios quiere, volvamos a ver esas largas colas de hermanos aguardando a que mayordomos y secretarios emitan, cuantas más, mejor.




06 abril, 2016

De cómo vivió Don Alonso días de Santa Semana.-

Lejanas poco a poco ya fechas semanasanteras en el almanaque, no queda sino recuerdo y ensoñación tras desfiles procesionales de las multitud de cofradías que devotamente hacen Estación de Penitencia a la Santa Iglesia Catedral. 

Nutridos cortejos, grandes masas de fieles, despliegue de artilugios para retransmitir en imagen todo lo que acontece, sesudos debates acerca de colocar vallas o no, horarios, previsiones de lluvia, habrá ahora un año (casi más) para discutir y hasta para buscar soluciones.

Por nuestra parte, quedámonos con la rapidez con que estos días transcurren, con la devoción con la que no pocos los aguardan y con la ilusión de niños, jóvenes y mayores a la hora de celebrar una Fiesta que traspasa fronteras y cautiva a cuantos acércanse a ella con mirada limpia y corazón entregado. Sólo nos resta decir que vivimos una Semana en la mejor compañía y que estas imágenes que siguen no son sino exiguo reflejo de lo acontecido: