Mostrando entradas con la etiqueta Alameda de Hércules. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Alameda de Hércules. Mostrar todas las entradas

17 abril, 2023

Las otras columnas.

Habitualmente, las más conocidas son las que se hallan en el extremo sur, el más próximo a las calles Amor de Dios y Trajano, pero hay otra pareja, de no tanta antigüedad, que bien merecería cierto reconocimiento por su presencia. Pero como siempre, vayamos por partes.

 Son sobradamente conocidos los esfuerzos realizados por el Asistente de Sevilla el Conde de Barajas por desecar y adecentar un inhóspito paraje, convertido muchas veces en maloliente laguna por los vertidos de aguas fluviales tras las crecidas del Guadalquivir, la llamada Laguna de la Feria; la profunda modificación de este sector en el año 1574 conllevó el drenaje del terreno, la canalización de las aguas, colocación de fuentes y plantación de hileras de arbolado, convirtiéndose este espacio en uno de los primeros jardines públicos de Europa y sirviendo de inspiración para otras "Alamedas" como la de San Pablo en Écija (1578), la de los Descalzos en Lima (1611) o la Central en la Ciudad de México (1592).

Como colofón, Francisco Zapata, conde de Barajas, ordenó instalar sendos fustes de columnas de época romana traídos expresamente desde su primitiva ubicación en la calle Mármoles, colocando sobre sus capiteles dos esculturas, realizadas por Diego de Pesquera, representando al fundador legendario de la ciudad, Hércules, y a Julio César como gobernante ejemplar de Hispalis, aunque con ambos personajes se pretendía también homenajear al emperador Carlos I y a su hijo Felipe II. 

En 1764 y tras diversas vicisitudes, la Alameda, se había convertido en el paseo ciudadano de  Sevilla por excelencia, siendo costumbre que su actividad comenzase el día del Corpus y finalizase tras el calor del verano, contándose para ello con un servicio de aguadores que se encargaba de regar diariamente aquel espacio, que a la postre necesitó una restauración a fondo, no en vano habían transcurrido ciento noventa años desde su inauguración. Será el entonces Asistente Ramón de Larumbe y Malli el encargado de acometer un ambicioso plan que pretendía la recuperación del esplendor perdido por el inexorable paso de los siglos.  

Manuel Chaves, allá por 1914, relataba que Larumbe había accedido al cargo apenas dos años antes y que la reforma de la Alameda consistió sobre todo en la plantación de más de mil seiscientos árboles, el aumento del número de los bancos de piedra, la erradicación de matorrales y la colocación de tres nuevas fuentes, allanando el terreno. Además, como guinda del pastel, pensó en levantar dos nuevas columnas que cerrasen el paseo en el extremo norte, el más cercano a la calle Calatrava. 

En junio de 1764 se estaban ya abriendo las zanjas para los basamentos, obra supervisada por el caballero veinticuatro Gregorio de Fuentes, labrando el cantero Diego de Avendaño los fustes y capiteles en piedra, mientras que la ejecución de los dos leones que las rematan corrió por cuenta del escultor Cayetano de Acosta (más que conocido por, por ejemplo, sus dos grandes retablos barrocos de la iglesia del Salvador), leones que, como curiosidad, presentaba coronas y escudos dorados, labor realizada por el maestro José Rodríguez.

Avendaño cobró por su trabajo la cantidad de 17.000 reales, mientras que Acosta recibió 6.000 por las dos esculturas; rodríguez, por su parte, percibió 180. La crónicas recogieron que a estos gastos hubo que añadir los de las lápidas de mármol instaladas al pie de las columnas, así como los jornales de los obreros y materiales diversos como estacas, clavos, espartos, con lo cual el montante de la obra se elevó a la cantidad de 26.261 reales con siete maravedises, importe que fue costeado íntegramente por el consistorio. Las columnas están conformadas por ocho piezas cada una, con menor altura de las colocadas en el siglo XVI; los leones, de estilo barroco, perdieron el dorado de sus coronas con el transcurrir del tiempo.

En una de las basas de las columnas podía leerse una inscripción, hoy lamentablemente desaparecida, pero que ha llegado hasta nosotros transcrita por Chaves Rey: 

"NO8DO.- Reynando en España el católico monarca D. Carlos III y siendo Asistente de esta ciudad el Sr. Don Ramón de Larumbe, del orden de Santiago, del Concejo de S. M., Yntendente general del ejército de los cuatro reynos de Andalucía, y Superintendente general de Rentas, se construyeron estas dos columnas que coronan los leones que sostienen las Reales Armas y las de Sevilla; se hicieron los asientos, alcantarillas y terraplenes, levantaron los pretiles de las zanjas, se pusieron los pilones para el riego, desagües, completó de árboles toda la Alameda. Todo por dirección de dicho Asistente; siendo diputado el Sr. D. Gregorio de Fuentes y Verall, veinticuatro del Ilmo. Cabildo, cuya obra costeó de los Propios y Arbitrios, y se acabó el año 1765."

Desde el primer momento la ciudad, tan suya y tan especial para estas cosas, comparó de inmediato la nueva pareja de columnas con la antigua del siglo XVI, incluso el escritor José Nogales en sus "Notas Sevillanas", contaba que:

"En frente de los Hércules legítimos se alzaron unas columnas enormes, hechas con rodajas de granito, sosteniendo unas caricaturas de leones. El pueblo las despreció. Las despreció sin pensar que unas y otros simbolizan un periodo de nuestra historia. En el pedestal de los Hércules campea el nombre de los Austria. En los opuestos salchichones de granito, el nombre de la casa de Borbón. El pueblo sevillano, en su certero juicio, diría una sublime chirigota si derrumbasen estos leones y lloraría de pena si los Hércules vinieran al suelo."

¿Qué ocurrió con el bueno del Asistente Larumbe? No fue ésta su única intervención para mejorar la ciudad, ya que logró una más racional distribución del agua que brotaba del manantial de la llamada Huerta del Arzobispo hacia fuentes públicas como las de la plaza de San Francisco, la Alfalfa, la Encarnación, la Magdalena, San Lorenzo, Pilatos, Puerta de Triana o Puerta Real entre otras; además, se ocupó del extraño caso de la epidemia mortal que afectó en gran manera a la comunidad perruna sevillana, contando para ello con la ayuda de la Academia de Medicina, como contamos en su momento,  y a título de curiosidad, el 20 de octubre de 1766 ordenó que cada vecino colocase faroles en las fachadas de sus casas durante la noche para forma de mejorar el alumbrado público. Conservador en lo tocante a las diversiones, Larumbe hizo oídos sordos a la Real Orden que decretaba el levantamiento de la prohibición de la representación de obras teatrales en Sevilla, de modo que durante su mandato la dramaturgia anduvo de capa caída. Fallecerá en 1777 y será enterrado en la parroquial de la Magdalena, cuando, signo de los tiempos, su ya sucesor como Asistente, Pablo de Olavide, había comenzado su particular cruzada en favor del regreso del teatro a los escenarios hispalenses, pero esa, esa ya es otra historia...

14 septiembre, 2020

Niños perdidos


 Aunque esto de los “Niños perdidos” suene quizá a personajes menudos de la divertida y clásica película filmada por Walt Disney en 1953, fruto a su vez de la imaginación y creatividad del autor teatral escocés James Matthew Barrie en 1904, no es menos cierto que en la Sevilla del Siglo de Oro existieron otros muchos y menos conocidos “niños perdidos”.



Retratados con total verismo por Murillo o por Cervantes (recordemos a Rinconete y Cortadillo, discípulos aventajado de Monipodio con su cofradía de ladrones con casa Hermandad en Triana), estos niños, pícaros, huérfanos, truhanes, hambrientos, enfermos, supervivientes en suma de un tiempo difícil y de contrastes, malvivían de la caridad o de la delincuencia y eran, podría decirse, legión en zonas populosas como el Arenal, las Gradas o el Salvador, por no hablar de cómo pululaban alrededor de templos, casas de gula o prostíbulos, atentos a cualquier iluso al que arrebatarle la bolsa, en un ambiente muy similar al retratado a la inglesa por Dickens en el siglo XIX con Oliver Twist, por ejemplo.


Compadecidos por la desgraciada vida de estos “niños perdidos”, un grupo de sevillanos decidió unirse en Hermandad para paliar, en la medida de lo posible, las carencias existentes para la infancia desfavorecida, de modo que sobre 1589 ya había quedado constituida la Hermandad del Santo Niño Perdido, en alusión al pasaje evangélico en el que Jesús, aún joven, se extravía de sus padres en Jerusalén y es hallado finalmente por éstos mientras discute con los doctores de la ley en el Templo. La corporación, todo hay que decirlo, surge sin el apoyo de las autoridades, sustentándose únicamente con las cuotas de sus hermanos y bienhechores y estableciéndose en la zona de la actual Alameda de Hércules. 



Quedaron nombrados como Alcaldes de la Hermandad Andrés de Losa y Cristóbal Pareja, resultando elegido como administrador el sacerdote José Martín, alquilándose una modesta casa con lo necesario para acoger a niños vagabundos y contratando dos criados y una mujer anciana. Chaves y Rey nos cuenta la labor encomiable de los cofrades del Niño Perdido “andaban por las calles de noche, y si en algún portal o en algún rincón hallábamos algún niño desamparado del trato humano, lo llevábamos a nuestra casa por aquella noche, dándole de cenar y regalándole, y al otro día lo llevábamos a nuestra Casa para que allí se remediase con los demás”. Además, también eran aseados y vestidos con ropas limpias, todo por cuenta de la Hermandad.


Poco a poco, además, se consiguió llevar a la vida honrada a gran número de “mozalbetes raterillos”, a los que se procuraba insertar en la sociedad y lograr un empleo como aprendiz o algún oficio en algún taller, alcanzádose la nada despreciable cifra de seiscientos jóvenes a los que se había sacado de las calles en los primeros años de la Hermandad.


Sin embargo, y sin que se sepan a ciencia cierta los motivos, en 1591 el caballero Veinticuatro Juan Pérez de Guzmán ordenó la confiscación de los escasos bienes de la corporación, personándose en su sede con el acompañamiento de varios alguaciles, quienes trasladaron los cuarenta niños acogidos en la casa a la Casa de la Doctrina, quedando disuelta la asociación y apropiándose el consistorio de ciertas cantidades de trigo, cebada, garbanzos y habas, adquiridas por el administrador para la alimentación de los niños.


Los sorprendidos gestores de la Hermandan, ni que decir tiene, pusieron el grito en el cielo, elevando enérgicas protestas al Cabildo de la ciudad por tamaño despropósito, e iniciando un pleito del que se pueden entrasacar, y esto es lo interesante, algunos párrafos escritos por los propios miembros de la Hermandad, como por ejemplo un texto de 1593 que pinta con todo lujo de detalles la desgraciada existencia de nos pocos infantes en la Sevilla de aquel tiempo: “Andan perdidos por las calles y plazas, y yo, como persona que comenzó esta obra, le deseo remedio, porque veo que andan los niños de siete y ocho años desamparados, rotos y aín encueros por los rincones y poyos de la ciudad, donde se quedan a dormir, que en este tiempo aún los muy bien arropados y abrigados lo pasan con dificultad y trabajo; y la semana de Pascua amaneció muerta de frío una mujer, y así las criaturas tienen mayor peligro”

 

Además, el propio Ayuntamiento, al emitir una especie de informe relativo a la infancia callejera, afirmaba igualmente: “La ciudad, calles y plazas, están llenas de muchachos pequeños que andan perdidos pidiendo limosna y muriéndose de hambre, y quedándose a dormir por los poyos y portales desnudos, casi encueros y expuestos a muchos peligros como se ha visto algunas veces por la experiencia, que han sucedido entro otros pícaros a quien se llegan, y otros amaneciendo muertos del hielo y así mismo se han multiplicado los ladrones porque hay infinitos muchachos que lo son, y los clérigos de San Salvador se quejan de que después de que se quitó la casa de los niños hallan en la iglesia detrás de los retablos muchas bolsas de las que quitan los tales ladrones muchachos”

 


Finalmente, la Hermandad del Niño Perdido pudo proseguir con su benemérita labor, recuperando sus bienes y hacienda; incluso hasta nuestros días ha llegado hasta nosotros una calle, la del Niño Perdido, en la zona de la Alameda, que alude al parecer, a cierta Cruz del Niño Perdido, situada en la llamada Cañaverería, esto es, la vía en la que se situaban los que se dedicaban a la venta de cañas, actual calle Joaquín Costa, donde en el siglo XVIII estuvo el llamado Corral de las Almenas. 

 

 

13 mayo, 2016

En guardia.-


Cuando pensábamos a ciencia cierta que era práctica en desuso y que apenas sucedían estos lances, hete aquí que la otra mañana, mientras disfrutábamos de soleado paseo (sí, antes de que las lluvias casi nos anegasen y mojasen), apreciamos cómo mozos y mozas (lo cual nos sorpredió no poco), ataviados con extrañas máscaras se dedicaban con bastante soltura a administrarse unos  a otros estocadas y mandobles, además, con acierto, pues se les veía diestros en arte de Esgrima. 

Sables, floretes o espadas entrechocaban sus aceros con peligrosa violencia, de modo que de no ser por estar vallado el campo de armas no hubéramos llevado alguna cuchillada. Creímos que en cualquier momento acudirían con presteza alguaciles y corchetes para sofocar tales desmanes, antes bien, los transeúntes parecían disfrutar como si fueran juegos de cañas o mero simulacro, pero a fe que se batían con denuedo y violencia. 
Mientras allí estuvimos no llegó sangre al río, al menos, aunque no dimos un real porque tras alguna finta fallida hubiera estocada y heridos, por no hablar de la pena de Excomunión que pesará sobre tales duelistas…

24 febrero, 2016

Enigmas VI (de cómo Don Alonso quedó desasosegado tras leer cierto aviso)



Visto lo que a continuación relataremos, más vale que vuesas mercedes se guarden de salir en estos días, pues parece que cierta gente, poco temerosa de Dios, anda orquestando singular lección, en la que pretenden, no sólo atentar contra el Quinto Mandamiento, sino que, ítem más, ejercer de tutores en tal materia, como si de nefasta escuela o siniestra facultad se tratase. 


 Pasmados, ni hemos osado a indagar sobre las materias que se impartirán, ni tampoco por el precio de las tasas para matricularse en tan extraña academia, ni por supuesto si los utillajes se proporcionará in situ, mas queda claro que trátase de funesta cosa para la salud de quien acuda, sobre todo si es utilizado como víctima de tal dislate…

11 febrero, 2016

Enigmas VI (a mano)

Sofocados llegamos a nuestro hogar no hace ni dos días, cuando tras deambular ociosos por la antigua laguna desecada por el Conde de Barajas, Alameda hoy día, penetramos en cierto pasadizo a fin de cortar camino, pues deseábamos llegar con presteza a cierta taberna donde nos aguardaban.

Pese a nuestra premura, no pudimos por menos que detenernos estupefactos ante extraño artilugio o mecanismo...



Nos recordó cierta figura pétrea que vimos en Roma y que allí es llamada Boca de la Verdad, perdiéndose en la noche de los tiempos su origen, sin duda pagano. 

¿Acaso permite el Santo Oficio que la Adivinación, prohibida por nuestra Santa Madre Igleisa, campe a sus anchas en esta ciudad? ¿Quién permite que engendros de esta calaña se adueñen de espíritus inocentes y los lleven por el camino de la perdición? Como comprenderán vuesas mercedes, cautos como somos, en principio rehusamos contribuir a esta obra de la superstición y la superchería con algún real de a ocho, aunque nos descorazonó el lema que campea en la antedicha máquina: 


Como quiera que andamos en tiempos cuaresmales en los que el pecado ha de confesarse sin demora, acudiremos a nuestro confesor, pues finalmente caímos en tentación e introdujimos nuestra mano diestra en la susodicha esfinge, mas si esperan les contemos cuál fue la respuesta de la misma habrán de saber que poco sacamos en claro salvo palabrería incomprensible... 







02 julio, 2015

A chorro.-

 
Créanme si les digo que en estos días no vivimos para sustos ni hallamos sosiego, no porque andemos aterrados por sucesos varios o tragedias ajenas, que también, sino porque aquesta ciudad nunca dejará de sorprendernos en grado sumo. 



Paseábamos por Alameda de Hércules, feliz espacio creado por el Conde Barajas allá por 1574, cuando drenó de aguas putrefactas la laguna que se formaba, foco de pestilencia y malos olores para vecinos. Paseábamos, decíamos, cuando de repente, brotaron del suelo, como por obra del Maligno, abundantes y copiosos surtidores de agua, que nos empaparon vestiduras dejándonos calados como si de aguacero otoñal se tratase. Pueden imaginarse vuesas mercedes el estupor y la sorpresa que se plasmaron en nuestra faz, y añádanle las chanzas y mojigangas que hubimos de sufrir con resignación cristiana.



Tomamos el asunto con filosofía y hasta agradecimos aquel oportuno chubasco, pues marchábamos a cierto recado no poco acalorados, y comprobamos, después, que dichos surtidores constituían motivo de jarana y diversión para transeuntes y parroquianos, aunque esperamos no se prodiguen en demasía y llegue el agua como a niveles de antiguas inundaciones del Guadalquivir...



21 abril, 2015

Pan y Vino.-


Sedientos por largo paseo, la otra noche, merodeando por collación de San Martín, junto a la Europa y la Alameda, nos sentimos ciertamente atraidos por ciertos letreros. 

(No, no piensen mal vuesas mercedes, que no buscábamos solaz con mancebas ni somos de frecuentar lupanares o lugares de mala nota.) 

Al cabo, decidimos entrar en cierta taberna que aunque se anunciaba con extrañas letras (similares a las que venían del lejano Catai) sobre sus muros pregonaba las excelencias de ciertos caldos procedentes de la preclara localidad de Sanlúcar de Barrameda, de manera que supusimos cuán espabilados andan nuestros ciudadanos orientales que hasta en eso saben cómo pescar comensales con vinos del sur de España. 


Sin embargo, grande fue nuestra sorpresa cuando, pese a lo esmerada de la decoración y lo obsequioso de los camareros, de nación nipona,al entregarnos carta de viandas, aún sin tomar asiento, comprobamos que en ella se nos ofrecían extraños manjares con nombres impronunciables que poco tenían que ver con chicharrones, albures, solomillos o potajes, antes bien, preguntado uno de los aludidos mozos, nos indicó que servían una especie de pescado en su sazón pero crudo, tal cual sacado del mar. Amablemente, declinamos la invitación, máxime cuando inquirimos por manzanilla y nos brindaron tisana o infusión de olor agradable, pero en nada similar al vino que ansiabamos degustar, y más en estas fechas ferianas. 



Ya lo dijo el poeta, Manuel de nombre, y apellidado Machado: 

La manzanilla es mi vino
porque es alegre, y es buena
y porque -amable sirena-
su canto encanta el camino.
Es un poema divino
que en la sal y el sol se baña...
La médula de una caña
más rica que la de azúcar...
El color que da Sanlúcar
a la bandera de España.

Quede pues dicha casa de comidas a la oriental para quienes gusten de tales exquisiteces, que nosotros preferiremos otros manteles y hacemos votos porque no se pierdan tan preciosos rótulos sanluqueños en su fachada, muestra de otro tiempo cuando aquel mismo local era llamado "Las Siete Puertas".



La manzanilla es mi vino
porque es alegre, y es buena
y porque -amable sirena-
su canto encanta el camino.

Es un poema divino
que en la sal y el sol se baña...
La médula de una caña
más rica que la de azúcar...

El color que da Sanlúcar
a la bandera de España.

Lea más: http://www.latino-poemas.net/modules/publisher2/article.php?storyid=1829 © Latino-Poemas

La manzanilla es mi vino
porque es alegre, y es buena
y porque -amable sirena-
su canto encanta el camino.

Es un poema divino
que en la sal y el sol se baña...
La médula de una caña
más rica que la de azúcar...

El color que da Sanlúcar
a la bandera de España.

Lea más: http://www.latino-poemas.net/modules/publisher2/article.php?storyid=1829 © Latino-Poemas
La manzanilla es mi vino
porque es alegre, y es buena
y porque -amable sirena-
su canto encanta el camino.

Es un poema divino
que en la sal y el sol se baña...
La médula de una caña
más rica que la de azúcar...

El color que da Sanlúcar
a la bandera de España.

Lea más: http://www.latino-poemas.net/modules/publisher2/article.php?storyid=1829 © Latino-Poemas


03 diciembre, 2013

Colgados.-

Disculparán nuestra pertinaz ausencia por aquestos lares, mas ocupaciones diarias nos tienen sorbido el tiempo que desearíamos emplear en relatar asuntos hispalenses en estas páginas. 



Sin embargo, valga la siguiente instantánea para reflejar nuestro estupor y sorpresa al contemplar estos productos del cerdo secándose tras matanza en céntrica plaza. Ignoramos si se trata de ingenioso recurso de avispado comerciante, de trampa para atrapar amigos de lo ajeno o simplemente ardid del Santo Oficio con que descubrir criptojudaizantes o a quienes no guardan la pertinente abstinencia carnal (alimenticia, nos referimos) ahora que andamos en tiempo de Adviento.

Si algún avezado lector de estas páginas pasare por dicha instalación, no dude en acudir provisto de afilado cuchillo y hogaza de buen pan, pues es algo que sinceramente echamos en falta en el momento en que hallamos tan suculento simulacro digno de veneración sin duda alguna...

11 diciembre, 2012

Alameda.-

Si durante mis tiempos aqueste lugar gozó de escaso predicamento, habría que buscar causa dello en lo maloliente del mismo, pues era zona que inundábase con no poca frecuencia y a la que vertíanse aguas fecales e incontables inmundicias.


 Hubo de ser el Asistente Conde de Barajas, allá por el año de gracia de 1574,  quien tomara cartas en el asunto ordenando drenar aguas, prohibir echar porquerías colocando incluso alguacil al efeto y embellecer tal sitio plantando hileras de árboles y añadiendo en sus extremos sendas y marmóreas columnas de mármol costosamente traídas de la collación de San Nicolás y procedentes de pagano templo.

Sobre ellas colocáronse efigies de Hércules y Julio César, encargadas a un tal Diego de Pesquera, fundador de la ciudad el primero y ejecutor de sus murallas el segundo al decir de sesudos eruditos de antigüedades y añadiéndose además laudas en honor de Sus Majestades Carlos I y Felipe II, monarcas ejemplares en toda regla.


Andando los siglos, convirtióse tal Alameda en animado salón para paseo y solaz de sevillanos, con incluso kioscos y tenderetes.

No ha muchos días caminábamos por dicho lugar y comprobamos cómo parece ser que retornan bullicio y animación, incluso con curiosos adornos que nos dicen navideños.


No faltan incluso máquinas (endemoniadas, sin duda) que llevan gente de una parte a otra sin necesidad de tiro animal, pero si hubo algo que provocó sorpresa en nuestro ánimo fue presencia de ciertos animales poco vistos en estos lares y que hallábanse pacíficamente asentados en plena Alameda sin que sepamos a ciencia cierta su utilidad a no ser como transporte de personas, aunque vaya en descargo nuestro que no es primera ocasión que los contemplamos en estas calendas de Adviento.


27 noviembre, 2011

No somos de piedra



Fue suceso memorable en mi tiempo, milagro para unos, maldición para otros.



De todos era conocida obligación de hacer genuflexión al paso del Santísimo Sacramento bajo pena de 600 maravedís, según decreto antiguo de su Majestad Juan II, como pregona oportunamente lápida pétrea situada en los muros de la Colegial del Salvador (templo del que algún día hablaremos largo y tendido por sus avatares y personajes, entre los que nos incluímos) y que advierte, la dicha losa,  de pena que se impondría a blasfemo e irrespetuoso que no venerase a Jesús Sacramentado como conviene la Santa Madre Iglesia.

Sucedió, pues, que en cierta taberna de la collación de San Lorenzo reuníase nutrido grupo de bravos o galanes, a cuál más osado, y todos ellos, movidos sólo por su pereza y holganza no hacían sino menoscabo de sus semejantes, chalaneando a los más, haciendo gala de temeridad e incluso requebrando a damas y doncellas sin importarles intimidaciones o quebrantos. Bebedores en exceso, trasegaban mosto del Aljarafe en demasía, sin hacerles ascos a aguardientes o licores, resultado por tanto mesnada perturbadora y jaranera en demasía.


En cierta ocasión, sonando las campanillas que anunciaban a Su Divina Majestad llevada por algún clérigo en socorro del alma de algún agonizante, los parroquianos de aquella taberna salieron más por miedo que por respeto, más por temor que por devoción, e hincaron fervorosamente sus rodillas en tierra al paso de la comitiva, no así un mozo, tenido por bravucón y pendenciero, que en no pocas ocasiones había denostado tal piadosa costumbre, con muchos aspavientos y afectaciones de no querer someterse al dictado de las leyes y diciendo que todo ello era cosa de mojigatos y beatas, resolviendo en aquella nefasta jornada quedarse en pie.


Tronó el cielo y un rayo salido de él cayó sobre el imprudente mentecato, aunque en vez de trocarse en carne quemada convirtióse (como si Medusa le hubiera mirado) en sufrida estatua de piedra para escarmiento de muchos, y todavía agora permanece en el mismo sitio en que pasó a mejor vida por su alocada e irreflexiva irreflexión. Y desde entonces llamóse “Del Hombre de Piedra” aquella calle.


Por nuestra parte, hemos comprobado que hogaño el Santísimo sale con asaz frecuencia por las calles y que son muchos los irreverentes que desvergonzadamente no se arrodillan a su paso en principales calles, pues no hallamos otra razón para que hayan quedado convertidos en estatuas, y que las gentes, compadecidas, les echen maravedís y hasta algún ducado a sus pies con vana esperanza de que recobren su primitivo estado, y aunque, somos testigos dello, las más de las veces parecen recobrar aliento, al poco tornan a como estaban, siendo cosa digna de ver cómo el pueblo arremolínase en torno dellos como si de saltimbanquis o polichinelas se tratare aguardando momentáneo milagro y ocasional sobresalto.




Cuéntanos, para sacarnos de nuestra confusión,  que resulta nueva forma de oficio y ciertamente lucrativo pues no requiere sino disfraz adecuado, predisposición a estar inmóvil y soberana paciencia con los viandantes, que no faltan maleducados ni necios y no deja de ser llamativo cómo por no hacer nada puédase ganar el diario pan.

24 agosto, 2011

De fuste.-

“Por dar grandeza y magestad al sitio se erigiéron dos grandes columnas,
 que de la antigüedad Romana permanecían junto al Hospital de Santa Marta,
de altura gigantea y competente grueso con sus basas y capiteles de órden corintia,
que las indican obra de Romanos: sobrepúsose á cada una otro pedestal,
que tienen las estatuas de Hércules y Julio César, fundador aquel,
 y amplificador este de esta gran Ciudad, queriendo entender
en sus representaciones al Emperador Don Carlos y al Rey Don Felipe II”



        Erró en sus comentarios nuestro buen amigo Ortiz de Zúñiga, al que hemos de recurrir por su autoridad y sabiduría, si bien es de sobras acreditado, siendo como es de sabios rectificar, que finalmente reseñó en sus famosos Anales, en el año 1574, que las dichas columnas de la Alameda de Hércules procedían de antiguo templo romano en la collación de San Nicolás y que aún antaño, y hogaño, pueden contemplarse otras tres, dispuestas a diferente nivel del actual suelo, y sin mayor aparato arquitectónico, dejando a los eruditos el discernir qué templo y a qué deidad fue erigido.



         Desde sus más oscuros inicios, sabido es que la humanidad, llegado el momento de obrar sus construcciones, servíase de cualesquier pétreo elemento, y que en no pocas ocasiones emprendía sus construcciones haciendo uso de anteriores elementos dado que eran escasos y onerosos.



              Inundada dellas la urbe, palacios y viviendas se ornan con dichos fustes de granito o mármol, en las primeras como símbolo de nobleza o simple apoyo, traídas de las ruinas de la llamada Sevilla la Vieja o Itálica y aprovechadas de nuevo en ajeno asiento, patios o fachadas, de lo que doy fe.






          Buen ejemplo tenemos en estas columnas hercúleas, mas, como a continuación se verá, no son en modo alguno las únicas que se alzan dentro del recinto urbano hispalense.  




        Tratándose de nuestra primitva collación, merece reseña, el actual Patio de los Naranjos de la Colegial del Salvador, del que guardamos gratos recuerdos y que fue apelado Sahn por los mahometanos al servir para sus rituales abluciones, ostenta columnas y chapiteles de romana época que sin embargo fueron allí situados tras ser retirados del islamita templo de Ibn Addabás (consagrado a Alá en el año 207 de su era, 829 de nuestro Señor) al ser derribada en 1671.


         Y cosa curiosa resulta ver los dichos fustes y capiteles también en las tiendas y comercios que a espaldas hay de la Colegial en Plaza que llaman del Pan.



       Multiplícanse en parroquias y capillas, además, como recuerdo de la presencia de eclesiástica jurisdicción y memoria de cómo malhechores y facinerosos recurrían al viejo Derecho de acogerse a sagrado en la Casa de Dios y evitar así la humana justicia. Prueba dello la tenemos en las gradas de la Santa Iglesia Catedral y en otros preclaros edificios.










                Añádase a todo ello que Cristo nuestro Señor fue maniatado a una dellas y que sobre otra cantó el gallo tres veces a las malhadadas Negaciones de San Pedro para comprender la importancia de las dichas columnas, llegando a haber, célebre Taberna en la Borceguinería con ese nombre y en la otra banda del Río, Casa llamada así por ostentarlas en su fachada.




         Siendo Sevilla ciudad necesitada asaz de sombra y protección contra el calor, y también por procurar refugio en caso lluvia a transeúntes, perviven todavía soportales sostenidos por fustes de columnas en lugares destacados de la villa, aunque agora, nos dicen, sirven las más de las veces para proporcionar cobijo a mesones y tascas, mas dello no podemos proporcionar concreto testimonio habida cuenta nuestra exigua afición a tales lugares.





             Queda por último reseñar cómo se ha servido la ciudad de columnas para colocar sobre ellas el símbolo de nuestra Redención a manera de Crucero, por señalar lugares o funestos episodios o, en mis tiempos, evitar que los vecinos echaran inmundicias en las calles, puesto que estando allí tan venerado simulacro (aún estando alguno en lamentable estado) nadie osaría en convertir en muladar aquellos sitios; y aunque vivimos en tiempos de increencia no sería mala cosa multiplicar calvarios de este tenor, que así conseguiríase mayor decencia en las calles y menor suciedad en las mismas.